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Jun

2022

Artículo de opinión

Desarrollo de competencias parentales: una oportunidad a la vista

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Muchos trabajamos perseverantemente por desarrollar unas competencias parentales que se adecúen a la edad y nivel de formación de cada uno de nuestros hijos; es una tarea que nos abre a una oportunidad permanente.

Por Paul Corcuera García. 18 junio, 2022. Publicado en El Peruano, el 18 de junio de 2022.

Una premisa que debe dar tranquilidad a todos los que somos padres en estos tiempos de posmodernidad es la siguiente: No existen los padres perfectos, ni al borde de la excelencia. Intentamos hacer las cosas bien, en lo posible, casi todos los días.

Muchos trabajamos perseverantemente por desarrollar unas competencias parentales que se adecúen a la edad y nivel de formación de cada uno de nuestros hijos; es una tarea que nos abre a una oportunidad permanente. Las competencias debemos asociarlas directamente con las virtudes humanas, en el sentido más preciso de este término. Virtud hace referencia a fuerza, a afrontar la vida y los retos con amplitud de miras y visión positiva, no exenta del esfuerzo cotidiano que esto supone.

En muchos aspectos, nos reconocemos como los primeros referentes para nuestros hijos. Nos ven luchar, equivocarnos y corregir, pedir disculpas, sonreír o superar el cansancio si se requiere de nuestro apoyo en casa. Como padres, somos aprendices toda la vida; aunque seamos jóvenes, adultos o peinemos canas.

Aprendemos a ser padres siéndolo, como a amar se aprende amando. No es prueba y error; todo lo contrario, pensando y ejerciendo con racionalidad y virtualidad tamaño rol. Más que una erudición científica, lo fundamental -y lo único que se nos exige, gracias a Dios- es amar opere et veritate; con obras y de verdad.

El amor no se manifiesta solo de manera espontánea, exige muchas veces esfuerzo. Tenemos experiencia práctica de cómo cuando amamos, cambiamos nuestra forma de comportarnos, tratamos de ser más cariñosos, más comunicativos, más sinceros, y deseamos corregir defectos –aunque algunos permanezcan hasta el final–, haciendo sacrificios por la persona amada. En un estudio reciente sobre competencias parentales, se concluía el gran impacto del padre en lograr un autocontrol emocional en los hijos. Por ello, el consejo más importante es “si queremos ser mejores padres, esforcémonos por amar más y mejor”. Y como toda virtud, el amor debe empezar por quienes están más cerca.

Preguntémonos, por tanto, ¿sabemos amar de verdad?; y es que el amor no es algo abstracto, una entelequia mental que se nos ocurre, sino que está en la raíz misma de las vivencias del cada día y se manifiesta en detalles específicos, encarnado en una persona concreta. Amar es tener predilección y respecto de cada persona con la que nos relacionamos; así, nos esforzamos por conocer a fondo cómo es cada una, las virtudes que tiene, sus debilidades y preocupaciones, haciendo propia la realidad de quienes amamos. Querer bien a alguien es desear que sus virtudes crezcan y sus defectos se noten cada vez menos. Como siempre, la diferencia está en los pequeños detalles de cariño -porque lo son-, pero que tienen un valor inmenso; permanecen y rompen las barreras de tiempo y espacio. Quién, por ejemplo, no tiene recuerdos de padres o hijos ya fallecidos, que están presente en nuestra memoria de una manera muy activa.

Si, como padres, deseamos amar mejor a nuestros hijos, -y lo asumo como una tarea personal-, sugiero lo siguiente: 1) Esforzarnos por conocerlos mejor, que implica profundizar no solo en su cabeza, sino es su corazón. Parece una tontería, pero nos sorprenderíamos de lo alejado que estamos muchas veces de ellos. No me refiero a la distancia física, sino respecto de sus preocupaciones, inquietudes, dudas, ambiciones, expectativas, etc. Damos por supuesto que, por ser padres, tenemos una relación cercana y real; y no es así: facta, non verba (hechos, no palabras). Solemos hablar poco y de aspectos triviales. He aquí un buen punto de lucha. 2) Tener paciencia, porque cada hijo tiene su propio proceso de formación y su propio tiempo. Así como hay padres ideales, tampoco existen los hijos ideales. Cada hijo debe tomar su propio camino. Nuestra tarea como padres es que aprendan a tomar decisiones correctas, pero libremente; por ello, nunca dejemos de aconsejar y corregir con claridad, pero con caridad, aunque pueda parecer que los consejos caen en saco roto; no es así.

La paternidad, finalmente, no se entiende sin la maternidad. Lo que más forma a los hijos es el amor entre los padres. Por tanto, si deseamos contribuir a dar mejor ejemplo a los hijos, queramos más a nuestras esposas. Todo encuentro entre un hombre y una mujer es enriquecedor para ambos, cuando están dispuestos a crear juntos un espacio de unión y participación en beneficio de ambos y, en consecuencia, de los hijos.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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